CHRISTA
NÄHER: "PASO ESPAÑOL" A lo largo de su trayectoria creativa y biográfica, uno de los principales referentes icónicos de la pintora alemana Christa Näher (Lindau, 1947) ha sido la figura del caballo, un animal con el que está familiarizado desde su infancia. La exposición Christa Naher: "Paso español" presenta catorce "retratos" de caballos a tamaño real realizados por Christa Näher entre 1998 y 2004. Son óleos de grandes dimensiones en los que la artista germana, que actualmente es profesora en la Städelschule de Franfurkt, pinta caballos corpulentos, altivos, elegantes, orgullosos, seguros de sí mismo. Caballos individualizados, distinguibles unos de otros. Christa Näher ha dado nombre a cada retrato, dotando a los caballos de una identidad personalizada, de atributos diferenciadores (físicos y conductuales), de una especie de proyección aurática que hace que no sean percibidos exclusivamente como objetos pictóricos ornamentales o como recursos figurativos al servicio de un discurso alegórico. En sus gestos, en sus miradas, en la intencionalidad rítmica de sus movimientos, se puede apreciar una actitud humanizada, casi racional, pero a la vez, Näher intenta retratar su naturaleza salvaje, sus movimientos espontáneos, sus impulsos imprevisibles. Influida por la estética barroca, a Näher le interesa describir y narrar esa dualidad, ese choque entre naturaleza y domesticación cultural que tiene en el arte ecuestre una de sus manifestaciones más representativas. De esa forma, en palabras de Margarethe Jochinsen, la creadora alemana "ilustra sensiblemente la perturbada relación del ser humano con la naturaleza". Todo esto cobra especial relevancia al presentar los cuadros en el antiguo Monasterio de La Cartuja, ya que históricamente los monjes de esta congregación religiosa (especialmente los de las órdenes de Jerez de la Frontera y Sevilla) han estado muy vinculados a la cría del llamado caballo cartujano o español, una de las "razas bravas domesticadas" más conocidas de Europa. No hay que olvidar que en los siglos XVI y XVII, especialmente durante el dominio imperial de Carlos V, la raza equina cartujana se extendió por todo el planeta. Se admiraba su mezcla de bravura y gracilidad (de robustez y agilidad). De hecho, en pleno auge del barroco, cuando proliferaron los retratos ecuestres, numerosos reyes y nobles europeos decidieron ser inmortalizados con ejemplares de esta yeguada.
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