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Alonso
Gil. Cantando mi mal espanto* Existen artistas que sin ser músicos investigan y trabajan con el sonido como un material más de su obra, tratando de ubicarlo en una nueva dimensión estética. En este sentido podríamos hablar de algunos trabajos de Alonso Gil, aunque no diríamos que es un "artista sonoro", tal como se suele entender este término. Tampoco es ajeno al interés de las últimas tendencias artísticas que persiguen efectos polisensoriales. Desde que Alonso Gil se instaló en Sevilla en 1983, fijó su mirada en el flamenco buscavidas o callejero, reactualizando esa curiosidad en un doble sentido. Nacido en la provincia de Badajoz, uno de los límites naturales del flamenco, el interés de Alonso por captar lo inasible de su ambiente, más que serle indiferente se diría que le es connatural. No se trata aquí de aquella búsqueda romántica de exotismo -convenientemente atrezzado- que constituía el atractivo para los viajeros europeos. Por el contrario, Alonso va a invertir el objetivo. En algunas de sus obras pone de manifiesto el contraste de este "colectivo" de extranjeros, los turistas, frente a otros modos de presencia foránea en nuestras ciudades, como son los inmigrantes, refugiados o exiliados. Mientras ese animal, depredador donde los haya que es el turista, se entretiene consumiendo una diferencia cultural estandarizada, Alonso, a la par que a lo foráneo, dirige su atención a lo autóctono desplazado, a los olvidados, que ya no son exóticos ni despiertan curiosidad y, aunque auténticos, están en vías de extinción, pues no forman parte del espectáculo de la industria cultural. Basado en un texto de Raj Kuter
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