VIVIR
EN SEVILLA. En la construcción de la historia artística oficial se le ha prestado escasa atención a una serie de producciones estéticas que se realizaron en Andalucía desde mediados de los años 60 y que estaban influidas tanto por el discurso de las vanguardias y del movimiento contra-cultural anglosajón y los sucesos del mayo francés, como por manifestaciones culturales populares: los toros, las fiestas civiles y religiosas y, sobre todo, el flamenco. La exposición Vivir en Sevilla. Construcciones visuales en torno al flamenco -vanguardias y tradición-, trata de acercarse a esa producciones estéticas desde un enfoque abierto y multidisciplinar, enmarcándolas en el contexto generacional en el que se desarrollaron. No es, por tanto, una exposición de objetos artísticos al uso, sino un intento de reconstrucción teórica y escenográfica de un fenómeno clave (coetáneo al Tropicalismo brasileño, a la Funkculture de los afro-norteamericanos) en la historia de la creatividad contemporánea andaluza. La identificación y análisis de su contexto generacional nos permite comprender aspectos cruciales de la génesis y expansión de este fenómeno que alcanzó su momento culminante en los años 70. En este sentido, no hay que olvidar que en Andalucía, en los años previos a la llegada de la democracia, una de las principales vías de entrada de la cultura pop (y muy especialmente de la música rock) fueron las bases militares estadounidense de Rota y Morón, así como los discos, películas, comics y libros que traían aquellos que habían viajado al extranjero (sobre todo a París). Vivir en Sevilla pone en marcha un proceso de arqueología cultural para analizar el nacimiento, desarrollo y consolidación de una escena artística (ambiciosa, ingenua, impulsiva, vitalista, contradictoria, renovadora...) en la que se cruzaron una gran cantidad de aventuras estéticas (y biográficas) y que se puede considerar un claro precedente de la cultura del rollo progre en Barcelona y de la movida madrileña (un fenómeno socio-cultural que en cierta medida fue desarrollado por creadores andaluces y de otras regiones españolas periféricas que tuvieron que emigrar a la capital para poder desarrollar su potencial creativo). Y no conviene obviar que de esta escena surgió una estética que de forma directa o indirecta ha influido en la propuesta de creadores tan distintos como el grupo musical Mártires del Compás, el artista Federico Guzmán, el cineasta de origen argelino Tony Gatlif o las obras del colectivo La Fiambrera Obrera. Vivir en Sevilla se organiza en tres apartados principales -música, cine y juego- y se estructura a través de un recorrido que comienza en los últimos años del franquismo (las piezas más antiguas datan de 1966) y llega hasta la consolidación de la democracia, pasando por el peaje -político y cultural- de la transición. A lo largo de este recorrido, se van apuntando las conexiones de estas producciones estéticas híbridas (a medio camino entre la cultura experimental y la cultura de masas) con el contexto simbólico e histórico en el que aparecieron y que les dio sentido. De este modo, la recuperación de piezas claves de esa difusa y compleja escena artística -desde los dibujos originales de Máximo Moreno para el disco Hijos del agobio (de Triana) a los largometrajes de Gonzalo García Pelayo, pasando por los grabados de Paco Cuadrado para el lp Cantando a la libertad de Manuel Gerena o el material promocional que se sacó para el festival "Salta la Tapia" (celebrado en el antiguo hospital psiquiátrico de Miraflores de Sevilla)-, se contextualiza con la incorporación de obras representativas de la cultura experimental y underground española: películas experimentales de José Val del Omar o La Esmeralda, historia de una vida, de Joaquín Arbide; ejemplares del cómic El Rrollo enmascarado; dibujos de Luis Gordillo, Carlos Alcolea, Manolo Quejido, Chema Cobo o Guillermo Pérez Villalta; una reconstrucción de la instalación Mural para la escuela de Mudapelo de Gerardo Delgado;...
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